Las reglas del juego (documental)
Sergio Wolf
Mirar nucas de gente (filmadas) significó para nuestro columnista una invitación a esbozar un reglamento para el cine documental, que no por provisorio o antojadizo es menos vital.
Los mineros aprietan el paso enfundados en sus mamelucos YCF, yendo como en procesión, como guiados hacia una luz. Pero la luz no es hacia donde van sino la que emana de sus cascos tiznados sobre ese enorme túnel que parece devorarlos. La montajista Alejandra Almirón se detiene y busca unos planos que pensamos –con Alejo, el codirector– quizá resuelvan la secuencia en tren de armarse. La máquina congela a los mineros de espaldas.
Me distraigo, errando con la mirada por el lugar, y quedo fijado en otro monitor donde se copia Ruta Uno, de Robert Kramer. Ahí veo, fugaz, al protagonista Doc, documentando con sus ojos unas tumbas blancas. Pienso en algo que leí, seguramente en algún capítulo del gran libro de Bill Nichols, La representación de la realidad. Decía –¿era Nichols?, ¿quién lo dijo?– que el documental es un género que filma la muerte. Todo documental, pienso, quizás exista para desmentir el olvido, recuperar, excavar, sacar a la superficie aquello no superficial que estuvo arrumbado. El cine sería como una gran casa donde el documental es el espacio vedado y velado –por tapado, por muerto–, lo que no se muestra cuando hay visitas porque no luce como el resto de la casa –la parte impecable de la casa: la ficción–, como una pieza de trastos viejos y algo enmohecidos, llena de cosas con las que no sabemos qué hacer, que no nos decidimos a tirar porque confiamos que tienen valor.
El tema es el recuerdo, o cómo vencer a la muerte, que es lo mismo. Pienso en personajes recordando algo pasado, o que desapareció o esta próximo a esfumarse. Pienso en el documental como contrato de responsabilidad con el futuro, al asegurar su protección del pasado. Quizá por eso la imagen en el documental es tan defectuosa, tan inestable: porque se trata de iluminar aquello que no vio la luz antes, o que es mostrado “iluminándolo de otra manera”. Pienso en el documental como el acto espiritista que convoca fantasmas y convoco otros fantasmas, los de otros documentales, desde los radicales como Shoah hasta los sentimentales como Rerum Novarum, desde los enigmáticos como Mother Dao hasta los obcecados como La delgada línea azul, o los climáticos como Por la vuelta. (¿no era Godard quien decía que sólo el cine era capaz de filmar la muerte trabajando?). Primera regla: debe haber gente recordando.
Siempre, filmar la muerte; siempre, el paso del tiempo. Pero cuando vuelvo a mirar el otro monitor veo a Doc de espaldas, con su perfil apenas visible. Giro hacia la imagen que sigue con los mineros dándome la espalda. Vuelvo a Doc, y se me ocurre que la diferencia con la ficción está en que sólo en el documental vemos tantos personajes de espaldas a cámara. Sí, definitivamente, la gente no pagaría una entrada y no ver los ojos o el rostro de las estrellas. El frente y el revés. Me viene de golpe Godard, otra vez. El inicio de Vivir su vida. Ahí, después de mostrarnos de frente y perfil a Anna Karina, abre la primera escena con una “escena documental”, con un largo plano de ella de espaldas. En el documental hay mucho omóplato, mucho perfil, mucha nuca (como la de Jean Seberg en Sin aliento, esa sí que era una nuca. Hipótesis: la nuca es el primer plano del documental). Pero, ¿y en los documentales televisivos? No, ahí se ven todos de frente. ¿Entonces? Pero en televisión hay varias cámaras. ¿Entonces la diferencia es que con una cámara sólo se puede ir detrás de un personaje? ¿O será que el documental es literalmente el revés de la ficción? Filmar el reverso, el otro lado. Por eso, los “personajes” están de espaldas. Raúl Beceyro fue muy preciso cuando escribió que en el documental la cámara se ubica donde puede. Otro modo de dar vueltas sobre lo mismo. Segunda regla: los personajes no se deben filmar de frente.
Ahora, un personaje en un auto. Es un ingeniero que cuenta que se despierta de noche sofocado por tragedias pasadas. Subimos con él hasta una mina abandonada. ¿Qué sería del documental sin autos? Pienso en cómo se detiene el documental en narrar los trayectos y en cómo la ficción los suprime, los convierte en meras elipsis transicionales y casi siempre con música. (Digresión: ¿serán de verdad tan tediosos los viajes en auto que por eso el cine de ficción los ahoga en temas musicales que se supone elevan la dramaticidad de esos momentos muertos?) De acuerdo con que el auto es la escenografía y la dirección de arte del documental, pero lo es siempre que haya viajes... ¿Debe haber viajes?, ¿cualquier viaje? ¿Apocalypse Now es un documental? ¿Las alas del deseo? ¿El western Cielo amarillo? No. Gente en tránsito. Sabuesos detrás de huellas. El documental como pretexto para ir hacia un encuentro, para hacer un viaje, para estar con alguien que busca. Viajes, con o sin auto, pero que definen una búsqueda de lo pasado en el presente. Pienso otra vez en Shoah, en El diario del Che en Bolivia, en Sin sol, en Fantasmas de Tánger, en Mr. Death. Miro a Doc recorriendo Estados Unidos... Tercera regla: debe haber personajes desplazándose en el espacio y en el tiempo.
Al mirar lugares arrasados, me acuerdo de lo que nos dijo el ingeniero al entrevistarlo: “Ustedes, los documentalistas, siempre filman la destrucción”. El documental es un género que nunca narra la felicidad, por eso no tiene más remedio que narrar la muerte. Documental y felicidad, enemigos no reconciliados... Aunque sí hay documentales que narran la felicidad. Pienso en los de televisión, con esas playas que de tan hermosas terminan pareciéndome irreales, como retocadas a mano por el fotógrafo. Y esa alegría que todos tienen cuando están ahí... (Especulación dialogada con Alejo: el documental de autor filma historias de gente evocando el pasado; el documental industrial filma animales o gente haciendo deportes.) A ver... En el documental industrial (y conservador) se busca borrar toda huella de vida, haciendo que los hombres triunfen sobre la fatalidad y las limitaciones del medio, o filman animales o insectos casi pornográficamente, o biografías de grandes hombres o de grandes eventos. Es como si dijeran: “¿Para qué filmar historias de vida? ¿A quién puede interesarle ese viejo? Yo tengo unos jóvenes atléticos y sonrientes y hermosos, o les haré ver cómo arrastra su comida el escarabajo pelotero”. ¿Por qué pensarán que eso es más interesante que alguien que se deshace al narrar una gran historia cuyo personaje es él mismo? Nunca voy a entenderlo... Esos mismos productores que niegan toda huella de vida después ponen en los títulos de las películas de ficción el “basado en una historia real”... Tampoco lo entiendo... Cuarta regla: los lugares deben ser domésticos y, en lo posible, más bien horribles.
No hay mayor oxímoron que pretender extraer reglas del documental, tan obstinado en destruirlas. Pero al mismo tiempo, hacer documentales es creer (como el caballero del que hablaba Borges) sólo en las causas perdidas.
Por Sergio Wolf
Publicado en El Amante el 11/08/2002
viernes, 4 de mayo de 2007
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